En la actualidad, y desde un enfoque científico, nadie pone en duda que el autismo es un trastorno de origen biológico como supuso inicialmente Leo Kanner. Las evidencias de alteraciones neurobiológicas son numerosas y se extienden a distintos aspectos de funcionamiento cerebral y a distintas áreas de investigación. En este sentido, son muy reveladoras tanto la investigación en el campo genético como la información cada vez más consistente que aportan las, cada vez más precisas, pruebas de imagen cerebral. Existe un amplio consenso en relación con una posible explicación heteroetiológica que, por otro lado, parece ser bastante plausible dada la heterogeneidad sintomática con la que nos encontramos en la realidad. El camino hacia la integración tanto vertical como horizontal de los datos procedentes del campo biológico y del campo psicológico, es un camino aún abierto aunque cada día más lleno de posibilidades y esperanza. El establecimiento de subtipos es una de las vías más adecuadas que posibilitarán un mejor tránsito por ese camino. Al igual que existe un amplio consenso con respecto a la heterogeneidad etiológica, existe un amplio acuerdo sobre la existencia de un conjunto de mecanismos fisiopatológicos y psicopatológicos que son relativamente comunes a todo el espectro de condiciones autistas.
La investigación y los datos de seguimiento han establecido de manera consistente un conjunto de factores de protección y factores de riesgo que están asociados con la presentación del cuadro de autismo. Entre los factores de riesgo debemos señalar, al menos los siguientes:
- bajo funcionamiento intelectual
- problemas neurológicos asociados
- ausencia de lenguaje y/o de competencias comunicativas
- ausencia de información por parte de las familias o los profesionales
- entorno inadecuado
- otros factores, como tratamiento inadecuado, etc.
Entre los factores de protección y, por tanto de posible mejor evolución y pronóstico se encuentran:
- alto funcionamiento intelectual
- presencia de lenguaje
- detección e intervención temprana
- tipo de tratamiento
- entorno adecuado
- estabilidad emocional
- otros factores.
En cualquier caso, el diagnóstico se realiza, hoy por hoy, teniendo en cuenta las características psicológicas que definen al cuadro. En este sentido, debemos decir que no hay excesivas diferencias (aunque sí matizaciones) entre las magníficas observaciones que realizara Leo Kanner y las definiciones internacionales más consensuadas interprofesionalmente como las que se recogen en el Manual de Clasificación de los Trastornos Mentales de la Asociación de Psiquiatría Americana (DSM-IV) o la Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10). En la actualidad se habla de alteraciones cualitativas en los aspectos esencialmente humanos como son las relaciones sociales y la comunicación y el lenguaje junto con un repertorio restringido de intereses y actividades. Como se ha comentado, habría que matizar algunas de las observaciones iniciales de Kanner. Por ejemplo, la edad de comienzo que Kanner no precisó y que, se acepta desde la década de los setenta para acá, un comienzo temprano, antes de los tres años. Más interesante es la matización con respecto a la opinión inicial de Kanner cuando supuso que el trastorno era de carácter innato. En la actualidad parece establecido (véase a ese respecto algunos de los trabajos de A. Riviére) que el autismo tiene una presentación prototípica, tras un periodo de desarrollo normal, y que la mayor parte de los padres sitúan aproximadamente en la mitad del segundo año. Son muy importantes estos datos, en especial, cuando se ponen en relación con los procesos psicológicos (la emergencia de funciones superiores) y neurobiológicos (un periodo de explosión de sinapsis y conexiones neuronales) que ocurren desde el final del primer año y los 5 o 6 años de edad.
http://www.alboranpsicologia.com/Congresos/Autismo/diagnostico.htm